“Un viaje de mil millas comienza con el primer paso.” Lao-tsé

domingo, 26 de septiembre de 2010

Hoy

Llorar un rato te hace feliz.

Te hace feliz, porque te habla la gente que te quiere, y a la que querés, y aunque la vida sigue igual, y vos medio que te estás perdiendo un capítulo tal vez importante en la vida de todos tus seres queridos [como la felicitación que aprovecho para extender a mi querida hermana que aprobó el Nivel 2 :)], y a la vez ellos se están perdiendo de algo que probablemente te cambie la vida.
[No voy a decir "para siempre" porque buen, sería a) demasiado, o b) probablemente mentira.]

También te hace feliz porque te das cuenta que hay cosas que no se alteran, ni con el paso del tiempo ni la cantidad de charco que se extienda entre dos cerebros que se tienen en cuenta, y se preocupan el uno por el otro.

Y porque además te das cuenta de que hay muchas cosas que no importan y otras que sí, y corrés el riesgo de invertir lo que solía ser un sistema de prioridades muy sistematizado y organizado.
Y aprendés.
Aprendés de vos mismo, y aprendés de los demás. Pero sobre todo de vos mismo.

Es como un viaje para desempolvarse, para revolcarse y gritar para ver qué se cae y que se sostiene, quién se queda y quién se va, quién te mira y quién te ve. Y viceversa.

Sobre todo viceversa.

Y ya estoy instalada desde hoy en mi habitación, con mi compañera Diana, que es de Bogotá, y tengo la ropa en los cajones, y estoy re cansada después de una mañana muy larga y una tarde incluso más larga.
Me acosté tarde, me levanté temprano, terminé las valijas que pesaban un huevo y me movilicé hasta mi nueva ubicación geográfica.
Y para variar, con mi sentido de la orientación tan especial, salí mal del subte y caminé como cinco cuadras para la dirección incorrecta con las valijas a rastras.
Y después tuve que regresar y encima caminar las cuadras que sí tendría que haber hecho de entrada.
Es que todo es tan diferente los domingos, cuando no hay ser viviente en este país que mueva un dedo para tener abierto un kiosco siquiera.

Pero la sonrisa que traía en la cara cuando veníamos volviendo en el auto Stefano, Diana y yo; tapados de cosas que nos había comprado en Ikea, no me la sacó nadie.

Y la sensación de que las cosas se están acomodando para bien, mucho menos.


Un brindis por lo que viene.
Y por lo que se queda.


La vista desde mi ventana, hacia la derecha :)

2 comentarios:

Rigra de Alvear dijo...

Un brindis por estar vivos y disfrutar la vida! :)

Unknown dijo...

Es como un viaje para desempolvarse, para revolcarse y gritar para ver qué se cae y que se sostiene, quién se queda y quién se va, quién te mira y quién te ve. Y viceversa.
me encanto!!!